Derechos humanos: entre intuicion y tradicion

Derechos Humanos

En un artículo publicado un tiempo atrás en el New York Times, Michael Ignatieff, especialista en Derechos Humanos de la Universidad de Harvard, y autor entre otros libros de una aclamada biografía de Isaiah Berlin, narra la anécdota siguiente:

Un profesor observando estas conversaciones, un hombre de media edad…me pregunto, en un inglés fluido, porque pensaba que los derechos humanos eran universales. Le conteste la misma respuesta que uso en mi clase en Harvard, es decir, que si en ese preciso momento yo me acercaría a el y le daría una bofetada, en cualquier lugar del mundo este acto seria visto como una injusticia y un insulto. Las leyes de protección a los derechos humanos codifican nuestro acuerdo sobre la necesidad de poner límites a estas injusticias intuitivamente obvias.

Pero porqué, insistió el, ¿porqué una injusticia contra el también habría de ser percibida por mi como un acto injusto? A lo que respondí que los seres humanos no somos compartimientos estancos, y podemos imaginarnos lo que significa ser golpeados.

El sonrió y agrego, ‘usted es un intuicionista’. Yo conteste que la capacidad humana de entender el dolor de los otros es un hecho, no una intuición. Pero se necesita algo mas fuerte que eso, dijo. Continuamos así un rato, con un desacuerdo amable, pero cuando juntaba sus papeles para retirarse, sonrió como quien piensa que acaba de ganar una discusión. Desde su punto de vista, su creencia en los derechos humanos reposa en la roca sólida de su creencia religiosa, mientas que debajo de la mía no hay mas que instintos optimistas. (Michael Ignatieff, Iranian Lessons ,New York Times Magazine, 17 de Julio, 2005).

El interlocutor de Ignatieff defiende la certeza de una fe revelada y de una tradición milenaria frente a las veleidades fluctuantes de la intuición. La intuición es un fenómeno demasiado subjetivo, caprichoso, sujeto a demasiadas influencias, para hacer reposar en el nuestra vida moral. Por el contrario, una religión revelada tiene la solidez de una roca, apoyada en los tres pilares de una dispensación divina, de cientos de años de sabia interpretación, y de un ritual que abarca los momentos más importantes de la vida de un individuo y la comunidad.

A esto podría haber respondido Ignatieff que tradiciones hay muchas, que sus enseñanzas son diversas, y que no en contadas ocasiones estas sancionan graves ofensas a los derechos humanos de individuos y comunidades. En la medida en que podemos hablar de derechos humanos, derechos que cualquier ser humano puede reclamar, sin diferencia de religión, cultura, nacionalidad, estado civil, etc., estos se presentan como teniendo justamente una generalidad y obligatoriedad superior a cualquier otro tipo de derechos y deberes.

Lamentablemente la historia demuestra que la intuición o la supuesta evidencia son un asidero muy débil de los derechos humanos. En los días de la represión política en la Argentina de los años 90, la consigna ‘somos derechos y somos humanos’ fue adoptada por aquellos que apoyaban los actos de la junta militar. En este caso, como en muchos otros, había quienes afirmaban que los derechos humanos eran relativos y podían ser temporaria o definitivamente suspendidos en épocas de emergencia y guerra civil. También desde el punto de vista de la izquierda se puede en ocasiones escuchar un discurso similar, ya sea que se afirme que los derechos de una minoría pueden ser violados para salvaguardar los derechos de una mayoría, que la destitución de parte de la población tiene que tener precedencia frente a los derechos de otra parte.

El argumento del interlocutor de Ignatieff confunde igualmente los términos del problema. Si ‘derechos humanos’ existen en tanto que tal, estos no se fundan en la intuición pero tampoco pueden fundarse en una tradición o cultura determinada. Porque justamente por definición llamamos así a aquellos derechos que siempre priman en cualquier conflicto con una cultura o tradición determinada.

Pero en el fondo, acaso los derechos humanos no son le fruto de una tradición especifica, que comienza en el estoicismo, se continua y enriquece en tradiciones judeo-cristinas, hasta emerger en el pensamiento del Iluminismo. Y si esto es así, como justificar la pretensión a una validez universal, especialmente en un mundo en el cual esta tradición no constituye más que una las tradiciones en co-existencia?

Este punto puede parecer meramente teórico, pero supera en mucho a la especulación filosófica. De hecho, el enigma fundamental de nuestra vida social en los años por venir puede bien estar relacionado con la dilucidación de este concepto, y de sus relaciones con otros conceptos, y en particular, con el concepto de la inviolabilidad de la soberanía política de los estados-nacionales en lo que hace a su jurisdicción interna.

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